¡Oh, Roma, Roma, cuánto te duele el corazón! El Olímpico, ese hervidero de pasión que tanto conocemos, se quedó mudo durante los primeros quince minutos del partido contra el Inter. La Curva Sud, ese volcán de fervor romano, se quedó vacía, un vacío que resonaba con la decepción y la rabia de la Roma.
No fue un simple boicot, no, fue un grito de guerra. Un grito de dolor que resonó en cada rincón del estadio. Una señal de que la magia de la Roma, esa que nos hacía soñar con la gloria, se había esfumado.
¿Cómo hemos llegado a este punto? Roma, la que hace apenas un año peleaba por la cima de la Serie A, la que nos hacía vibrar con cada victoria en Europa, ahora parece un barco a la deriva, sin rumbo, sin alma. Siete partidos, diez puntos, una sola victoria. ¡Diez puntos, Roma! ¡Es un insulto a la historia, a la pasión, a la grandeza de este club!
La llegada de Ivan Juric, el nuevo timonel del barco, se siente como una apuesta arriesgada en un mar de incertidumbre. La despedida de Daniele De Rossi, un símbolo de la Roma, del corazón de la Roma, dejó un vacío aún más profundo.
Inter, Dynamo Kyiv, ¿qué nos deparan estos próximos desafíos? ¿Podrá Juric, el nuevo capitán del barco, rescatar la nave de la tempestad? ¿O seguiremos navegando sin rumbo, con la Curva Sud clamando por un cambio, por una revolución que devuelva el alma a nuestra Roma?
¡Esta es la Roma que queremos! ¡La Roma que lucha, la Roma que se levanta, la Roma que vuelve a rugir! ¡No nos callarán, no nos rendiremos! ¡Nuestra pasión es un fuego que nunca se apaga! ¡Roma, Roma, Roma!
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