Roma, Italia – La noche del sábado en el Olímpico fue un volcán en erupción. La pasión romana, siempre ardiente, se transformó en un grito de guerra silencioso pero contundente. La Curva Sud, ese corazón que late al ritmo de la Roma, se mantuvo vacía durante los primeros quince minutos del partido contra el Inter. Una protesta que resonó como un trueno en el estadio, una señal clara de que la paciencia de los tifosi se había agotado.
¿La razón? Un inicio de temporada que no se parece en nada a la garra y la furia que caracteriza a la Loba. La Roma se tambaleaba en la tabla, con un rendimiento que dejaba a todos con la boca abierta. Los resultados no llegaban, y la esperanza se escurría como arena entre los dedos.
El cambio de timón, con la salida de Daniele De Rossi y la llegada de Ivan Juric, no había sido suficiente para aplacar la tormenta. La primera victoria contra el Udinese había inyectado un poco de adrenalina, pero la realidad seguía golpeando: Roma necesitaba volver a encontrar su camino.
La Curva Sud, en su silencio sepulcral, fue una muestra de fuerza, una señal de que los tifosi no se rendirían sin luchar. La presión sobre el equipo se intensificó, una presión que podía sentir hasta el último jugador en el campo.
El choque contra el Inter fue un combate a muerte, una oportunidad para demostrar que Juric, con su nuevo proyecto, podía cambiar el rumbo de la Loba. La afición, aunque ausente en la Curva Sud, seguía con el corazón en la garganta, esperando una respuesta de su equipo.
La Roma ahora se enfrenta a dos desafíos cruciales: el partido de vuelta contra el Inter en la Serie A y el encuentro contra el Dynamo de Kiev en la Europa League. Dos oportunidades para demostrar que la «Loba» sigue viva, que puede rugir de nuevo y reconquistar la confianza de su afición. La Curva Sud, por su parte, no dejará de vigilar, de exigir, de alentar, hasta que el equipo vuelva a ser la Roma que todos conocen y aman.
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