¡Qué noche aquella en el Olímpico! El aire fresco de octubre de 2014, la energía de la Curva Sud rugiendo, la pasión de Roma en cada latido… y en el centro del huracán, Luis Enrique, un maestro táctico que dirigía a los Giallorossi con la misma pasión que los tifosi.
Contra el Inter, un gigante del calcio, Lucho desplegó un espectáculo táctico que nos dejó boquiabiertos. Su Roma, una sinfonía de talento joven, con el maestro Totti dirigiendo la orquesta, Gervinho desbordando con su velocidad, y Pjanic tejiendo magia con sus pases.
¡Qué espectáculo! La Roma dominaba, la posesión era nuestra, y las oportunidades se multiplicaban como los pétalos de una rosa. La intensidad era palpable, la energía vibrante, y el Olímpico se convertía en un volcán a punto de erupción.
Y entonces llegó el momento mágico, un relámpago de brillantez: Gervinho, con la velocidad de un guepardo, recibió el pase milimétrico de Pjanic y con un disparo certero, abrió el marcador. ¡Goooooooooooool! El Olímpico explotó en júbilo, era un gol que resonaba en el alma de cada romanista.
Pero los nerazzurri, guerreros aguerridos, no se rendían. Icardi, el delantero letal, empató de penalti. El partido terminó en un empate que no reflejaba la superioridad de la Roma, pero que dejó un sabor agridulce.
Ese partido contra el Inter fue un destello de la genialidad de Luis Enrique, un pequeño pedazo de la magia que luego desplegó en Barcelona. Lucho nos enseñó cómo jugar, cómo ganar, cómo convertir a un equipo en una familia.
Esa noche, la Roma, con la dirección de Lucho, nos regaló un espectáculo memorable, una muestra de su talento y de su pasión. ¡Un recuerdo imborrable para todos los romanisti!
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